Talleres pudo salir. Porque limitó al mínimo sus errores y estuvo dispuesto a aprovechar los del rival. 

Talleres y Belgrano caminaban por la derrota. Como una gran maestra, quizá la más honesta de todas, desnudó a sus jugadores, entrenadores, dirigentes y los enfrentó con la gente porque el objetivo prometido por todos era importante. Como la promesa pareció romperse a poco de haberse formulado, la adversidad pareció ser total.

El miedo a perder lo ganado y el prestigio obligan a repensar los actos futbolísticos y a no comprometerse más que con la táctica del entrenador, antes que a razonar el juego y a pensar en que cualquiera puede determinarlo. En estos tiempos de semejante obediencia, el jugador mira más al banco que a un compañero, a ver qué repercusión hay, después de cada jugada propia.

En contrapartida, ese temor te obliga a estar más atento. En el acto ofensivo y en el defensivo. A cuidarse unos con otros, como si se tratara de una unidad mínima para poder salir del túnel. A darse cuenta de sus limitaciones y a entender que en ese mínimo éxito, puede nacer una gran victoria.

Talleres pudo salir. Porque limitó al mínimo sus errores y estuvo dispuesto a aprovechar los del rival. O trabajó para provocarlos. No era una ciencia tampoco, sino algo más simple. Se saluda la pretensión de ser un conjunto de ataque como propone Juan Pablo Vojvoda, pero el momento de sus recursos, y no la potencialidad, le dieron otra respuesta.

En los tres goles que anotó pudo apreciarse esa esencia. El primer equipo albiazul mostró su determinación. Aprovechó el error de Balboa que encabezaba un contraataque de Belgrano para generar directamente el penal del 1-0; luego, Leonardo Godoy “cortó” a Lugo que trataba de gambetear muy cerca del área y armó un contragolpe que Nahuel Bustos definió, después de aprovechar que durante 40 metros, el fondo celeste no lo marcó.

En el 0-3, Arias, en primera instancia, y Bustos, luego, aprovecharon el espacio que le dieron los cinco defensores que Belgrano tenía en el área más Rigamonti. Atrás, con no dejarle espacios a Matías Suárez y mucho menos quedar mano a mano, le bastó.

¿Y Belgrano? También lo puede hacer. La derrota en el clásico fue un impacto importante, porque ahora se ve en zona de descenso directo y casi sin atenuantes que justifiquen su realidad. Es más, dentro del vestuario es donde más tiene que doler: la salida del entrenador es responsabilidad de su táctica, pero también de los jugadores. No porque se hayan comprometido a hacer un trabajo que no pudieron lograr, sino por no haberle dicho al DT que no estaban convencidos. Y con ese vínculo roto, será imposible progresar. No sólo para Belgrano, sino para cualquier equipo.