El único equipo que nunca se equivoca es el que nunca ataca. Y fue derrotado en el palo por palo y no porque se hubiera escondido.

Desde que Frank Darío Kudelka le dio su sello a Talleres, lo primero que se le ve es la forma de sus resultados. En sus victorias, igualdades y derrotas. Siempre se revisará cómo jugó. Y eso les pasa a los equipos que han logrado una identidad y pueden presumir de la famosa “intensidad” en el acto ofensivo como el defensivo, y en sus transiciones. Dime cómo llegas o te convierten y te diré quién eres.

Condicionaron seriamente la puesta en escena albiazul y aparecieron como puntos determinantes para la derrota de Talleres los cuatro goles que le convirtió Unión en Santa Fe (y los errores que hubo en cada una de esas jugadas), los que evitó Guido Herrera, el tridente Pablo Guiñazú-Leonardo Gil-Emanuel Reynoso resentido, más la expulsión de Javier Gandolfi tras lograr el 2-2, y un ataque en el que Sebastián Palacios había marcado un camino que invitaba a que otros profundizaran.

Como así también la convicción de Unión para superar los mazazos que le deparó la ley del ex con los tantos del tucumano. Para Talleres, lo más fácil hubiera sido aferrarse al empate (tras el 1-1 de Lucas Gamba) y tirarla lo más lejos que se pudiera (tras el 2-2 de Palacios). Jugar con 10 hubiera sido un motivo perfecto. Sin embargo, el equipo aceptó el ida y vuelta, confiando en que el funcionamiento aparecería tarde o temprano, con quienes estaban en el campo o a partir del ingreso de Carlos Muñoz Rojas y Ezequiel Rescaldani. Y que el fondo moderaría sus imprecisiones.

Fabricó tres situaciones de gol. Palacios se lo sirvió a “Pipe”, el tiro de Escobar que sacó Nereo y un cabezazo de Komar que se fue al córner. “El futuro está en el arco rival” es ley. Por aquello de que el único equipo que no se equivoca, es el que nunca ataca. No alcanza con parecer un equipo con identidad, hay que serlo.

Además, equipos con ese plan, saben que deben aprender a convivir con el desequilibrio. Es natural. El error es retroceder mal y atacar sin profundidad. Y el equilibrio de Talleres es garantizado por un puñadito de nombres. Entre ellos está el de Gil. Si está impreciso, Talleres lo siente de verdad.

Igual que si Palacios, Emanuel Reynoso, Pablo Guiñazú, Guido Herrera y hasta el propio Komar jugaran mal. Casi que no se pueden equivocar. Como sea, pasó Unión (lo atacó y le llegó bastante), la derrota dejó enseñanzas (no saber administrar su poder de gol) que deberán capitalizarse lo antes posible: en el horizonte inmediato aparecen Lanús y el clásico con Belgrano.