Talleres ganó su primer partido del torneo. Fue 1-0 sobre Estudiantes de Río Cuarto. Desahogo y fiesta en la Boutique.

Los rayos del sol le pegaban de lleno a la Boutique. Bronceaban los torsos de esos 12 mil hinchas albiazules que, pese a los sistemáticos cachetazos y gastadas que se vienen comiendo gratis durante todo el año, le pusieron el pecho a la situación y decidieron hacerle el aguante al equipo de sus amores en la tarde de ayer, la tercera tarde de Talleres en el torneo Argentino A.

Pero ni el mismísimo sol podía iluminar el estado de ánimo de los Matadores. Al contrario, todo hacía prever que, cuando el árbitro Marcos Conforti pitara el final de un partido que se moría irremediablemente en empate, se iba a venir la noche en barrio Jardín, noche que auguraba un panorama oscurísimo para varios de los integrantes actuales del inestable Mundo Albiazul.

Claro. Si al mazazo del descenso en junio, a la bronca permanente por los resultados que no se dan, a la indignación que generó aquel trabajo de pretemporada que comenzó tarde (y que todavía repercute en el rendimiento de este plantel que recién se está amalgamando), a la incertidumbre por la continuidad (o no) del gerenciamiento de Carlos Ahumada y al fallido comienzo del equipo en sus dos primeras presentaciones en la tercera categoría del fútbol argentino, se le suma una nueva opaca producción como la que se exhibía ayer, no hay garganta que aguante las ganas de exteriorizar en insultos la rabia contenida.

Pero... siempre hay un pero ¿no? Y el mayor de los peros en la tarde de barrio Jardín llegó en el momento menos esperado y de la mano del jugador menos esperado. Sí, en el último minuto del partido, cuando el Albiazul peor jugaba, cuando el equipo estaba ido, desordenado y desesperado, ahí apareció el defensor Juan Aballay. Con los más de mil espectadores visitantes como espectadores de lujo, el catamarqueño de 21 años metió un derechazo que se clavó junto al palo del arquero celeste José Mancinelli y le dio a Talleres su primer triunfo en el Argentino A.

Y entonces, el estadio estalló. Y los hinchas de la T deliraron. Y Aballay salió como loco festejando. Y todo el banco de suplentes lo abrazó. Y Roberto Saporiti respiró con alivio, se sintió invadido por la tranquilidad. Y razones no le faltaron al DT. Es que nadie apostaba un peso por su continuidad si el Matador sumaba una nueva frustración, si su equipo sumaba el octavo encuentro sin victorias desde su asunción.

Una semana atrás, el propio Carlos Ahumada había dicho ante Día a Día: “No he tenido el agrado de verlo ganar”, en referencia a Saporiti. Bueno, cuate. Acá tenés, habrá dicho para sus adentros el Sapo. Un Sapo que ayer fue el último en salir de los vestuarios, que estuvo reunido durante una hora junto a su cuerpo técnico después del partido y que no hizo declaraciones ante la prensa. Bueno, en realidad algo dijo: “Ya hablaron los jugadores. Ellos son los que hablan cuando se gana”, señaló el DT.

Rachas rotas. El gol agónico de Aballay destruyó las malas rachas que arrastraba Talleres y no sólo la de su entrenador. Por empezar sirvió para cortar los cinco partidos sin ganar en la Boutique que llevaba el equipo. Como local, la T había ganado su último duelo el 11 de abril, 2-1 ante Defensa y Justicia, y con Saporiti como entrenador del Halcón. También significó cortar el maleficio de los casi cuatro meses sin victorias. El último festejo se había logrado en Mendoza, cuando, con Raúl Peralta como técnico, el Albiazul superó 3-1 a Independiente Rivadavia, en Mendoza, el 17 de mayo.

Por todo esto se comprende el desahogo final de la gente. No se ganó un torneo, está claro. Tampoco se logró el ascenso. Pero el hincha de la T vivió el triunfo sobre Estudiantes como una revancha personal. O bien, como miles de revanchas personales. Es que Talleres metió primera, al fin ganó en el torneo. Hay Matadores en marcha en el Argentino A y crece la ilusión.