El ídolo de Talleres vivió ayer una despedida a su medida para volverse leyenda.

Fue, sin dudas, la fiesta que él esperaba. Como la imaginó, como la soñó durante los seis meses que pasaron desde que anunció su retiro en la Boutique. Le llevó mucho tiempo y dedicación para que su partido de despedida en el Kempes, “Cholo eterno”, saliera a la altura de lo que imaginaba.

Con señas en el rostro de poco sueño por todo lo que implicó recibir a sus casi 60 invitados en la previa, Pablo Horacio Guiñazú llegó pasadas las 18 al estadio en un ómnibus que llevó a quienes participarían de su encuentro de despedida. Y con la misma buena predisposición que tuvo como jugador, bromeando, repartiendo sonrisas, con el “maestro” que nunca se le cae de la boca, atendió en la zona mixta del estadio a cada requisitoria, feliz, agradecido por tantas muestras de cariño y afecto.

“Los generadores de esto son mis amigos, mi familia, mis hijos, mi vieja, mi viejo desde el cielo, los que están acá, los que tuvieron que hacer un gran esfuerzo para viajar, ustedes los periodistas. A esa gente y a la que no pudo venir, a todos les quiero dar un gracias eterno. Me siento un bendecido por todo el cariño y el respeto que me han brindado”, se cansó de repetir ante quien lo consultara.

“Es una emoción que no se puede explicar con palabras. Tengo un montón de sensaciones, se me vienen muchísimos recuerdos. Compartiré vestuario con excompañeros y amigos que hace mucho no veo. Es algo emocionante, nunca lo voy a poder olvidar”, decía antes de meterse al vestuario del Kempes, como si hubiera estado por jugar otro partido con Talleres.

Pero esta vez volvería a cambiarse para jugar su partido despedida. Era distinto, miles de sensaciones encontradas se cruzaban por su cabeza rapada. Las mismas que lo invadieron cuando, pasadas las 20, uno a uno comenzaron a ingresar a la cancha sus invitados, con ovaciones absolutas para Frank Kudelka, el DT que subió a la “T” a Primera y que lo puso como capitán del equipo durante toda su estadía en el club, y para “Bebelo” Reynoso, el jugador más mimado por “el Cholo”.

El último en ingresar fue él, en medio de la ovación general y con un impresionante show de fuegos artificiales.

“Si ustedes no disfrutan, yo no lo disfruto. Ustedes me hicieron mejor persona. Por eso, disfruten de la fiesta”, dijo Guiñazú antes de que la pelota comenzara a rodar, casi a las 20.45. Comenzó jugando para el equipo de sus amigos contra el Talleres Histórico, con la estampa de un jugador en actividad, la calidad para el toque intacta y con una plenitud física envidiable para sus 41 años. La casaca naranja fosforescente le refulgía más que a sus compañeros. Y a los 4 minutos clavó un golazo.

Claro, con “nenes” al lado como Juan Pablo Sorín, Gabriel y Diego Milito, Diego Forlán, Paulo Silas y Federico Insúa, cómo no iba a hacer un gol, él que sólo convertía uno sólo si se equivocaba, como le gusta decir. Y hasta su hijo Lucas hizo uno de penal para sumar emoción. En los 25 minutos finales del partido, pasó a jugar para la “T” de sus jugadores actuales . Y con la cinta de capitán que siempre calzó en el Matador. Hubo una ovación tras otra cada vez que tocó la pelota. Y un momento único cuando se apagaron las luces y en las pantallas se vio su gol del ascenso en All Boys.

Al final, su palabra más repetida fue “Gracias”. Cómo no iba a ser así: acababa de vivir la más inolvidable y hermosa fiesta de su vida.