La voracidad del Matador contrastó con un Pirata muy golpeado. Por eso, el 2-0 resultó lógico.

La expectativa de uno y de otro estaba puesta en cambiar la imagen del semestre pasado, en el que no tuvieron todas consigo. El clásico era la excusa y, por lo visto anoche en el Kempes, fue Talleres el que mostró una evolución en el juego y en la puntada final, a partir de la “puesta en valor” que representan Sebastián Palacios y el colombiano Dayro Moreno. Belgrano, en cambio, tuvo los mismos ejecutores que defeccionaron en lo que va de la Superliga y su versión fue, por añadidura, idéntica a la anterior. Por ahí empieza a explicarse la victoria 2-0 del Matador.

La alegría que se instaló en la popular Willington también marcó un fuerte contraste con la impotencia y el aguante estoico que tenía su epicentro en la Artime, como si el presente de uno y otro trascendiera lo futbolístico para ser una cuestión anímica, que se respira en el ambiente. Claro que las motivaciones también son bien distintas: mientras Talleres se prepara para jugar ante São Paulo su chance de clasificarse a la fase de grupos de la Copa Libertadores, Belgrano tiene por delante 10 “finales” (en rigor, las comillas están de más) para intentar permanecer en Primera División.

No tuvo piedad la “T” ante un Pirata que llegó golpeado, afectado espiritualmente por una jornada en la que Matías Suárez, capitán y líder futbolístico celeste, estuvo en el centro de la escena. Su inminente partida a River (sólo faltaría la oficialización) dejó a la “B” en una situación de orfandad –literalmente– al punto de que Diego Osella tuvo que armar un equipo sin delanteros. Las diferencias fueron amplias en todos los sectores. Pero en especial en los últimos metros.

Desde el comienzo Talleres mostró su ambición por ser el dueño de la pelota y de las acciones. Llegó a complicar con la profundidad de los pases filtrados de Pablo Guiñazú y la vocación de Fernando Bersano de ir a todas, ante un Belgrano que atinó a no perder el orden de las dos líneas de cuatro que presentó Diego Osella. Pero ese dominio territorial de la “T” se fue desdibujando con el correr de los minutos, sobre todo porque Lugo comenzó a convertirse en el eje a partir del cual los celestes le daban buen destino a cada balón.

En esa superpoblada región central estaba la llave del partido, un nudo que Talleres desató gracias a la buena presión de Andrés Cubas y Guiñazú. En esa recuperación, y la rápida salida que prosiguió, nació la apertura del marcador: desborde de Ramírez y habilitación perfecta para que el colombiano Moreno la empuje bajo del arco. Ese gol, “calcado” a varios que recibió Belgrano en la Superliga, terminó de inclinar la cancha para el Matador, que amplió la diferencia apenas cuatro minutos después con una notable definición de Moreno por encima de Rigamonti.

Lo que siguió desde ese momento, y hasta el final del pleito, fue el absoluto control de un Talleres que se dedicó más a cuidar la pelota que a intentar inquietar, ante un Belgrano indolente que sólo mostró el atrevimiento de Mauricio Cuero (ingresó al inicio del complemento) como una señal de esperanza.

Tal fue la impotencia del Pirata y el dominio del Matador que Sequeira se tuvo que ir antes a las duchas. Si el marcador no se tradujo en una cifra más abultada fue por las buenas repuestas de Rigamonti cuando Palacios, Moreno y el ingresado Junior Arias lo llamaron a intervenir.

Como no tantas veces, este clásico que nunca será “amistoso” fue de enormes diferencias. La alegría fue toda del albiazul. La preocupación se tiñó de celeste.