La caída con Boca pegó duro en la “T”, que quedó a 9 puntos con 18 en juego. El 1-2 no oculta el campañón albiazul.

Seguro estabas masticando bronca. Tratando de explicarle a tu hijo que esto es fútbol, que Talleres está haciendo un campañón impresionante, que todo el mundo está hablando del Matador. Lo querías consolar, decirle que no hay que llorar porque la vida son otras cosas, pero por dentro a vos también te dolía. Vos también querías llorar.

Pasadas las 20 del domingo 1 de abril de 2018, miles y miles hinchas de Talleres tenían un combate de sensaciones en el cuerpo.

El dolor de la derrota inesperada, claro. Y también porque el equipo no pudo dar el gran golpe.

Pero el pecho hinchado de orgullo, pero hinchado en serio, por verlo a Talleres otra vez ahí, ocupando un espacio que nunca debió dejar: el de los primeros planos.

Y el orgullo es porque hasta ese fatídico minuto final en el que Pablo Pérez puso el 2-1 de Boca tras empujar un centro de “Wanchope” Ábila, la ilusión aún estaba. Se podía tocar con las manos.

Con todo en contra, con un árbitro que en más de una ocasión pareció inclinar la cancha (sobre todo en los minutos finales, cobrando infracciones que le dieron tiros libres y vidas a un local nervioso y moribundo), con un “Kichán” Pavón formado en su cantera como gran figura, Talleres fue Talleres. Este Talleres, el que sorprendió al fútbol argentino desde su increíble ascenso desde el Federal A a la Superliga.

Ese Talleres que se había paseado por las rutas jugando torneos indignos para su historia, ahora llegaba a Buenos Aires para disputar casi una final ante el líder de la Superliga, siendo el escolta. Y, quizá, el que mejor juega al fútbol en el país. Así lo señalan los que saben. Y el orgullo se mantuvo en esas dos horas que duró ese partido de dientes apretados ante el Xeneize, en una Bombonera que explotaba. Esos gladiadores vestidos de azul y blanco le hicieron frente a todo y defendieron los colores como debe ser. Por eso “el Cholo” Guiñazú corría y corría cuando ya nadie tenía fuerzas, por más que fueran 45 minutos del segundo tiempo y él tenga 39 años.

Por eso Guido Herrera voló de palo a palo y atajó pelotas complicadas, aunque parecía que se le venía abajo una tribuna entera. Por eso “el Pelado” Quintana se peleó con todos, con el cuchillo entre los dientes en cada balón. Con todo eso, Talleres le hizo más que fuerza a Boca en su cancha y estuvo en partido 90 minutos. Nunca fue menos. Sí es cierto que quizá le faltó decisión para dar el gran golpe en el momento en el que Boca era puro nervios, pero nada se le podrá reprochar a este cuerpo técnico y a estos jugadores, que han colocado a Talleres en un lugar de privilegio. Por eso los futbolistas se abrazaron y salieron con la cabeza levantada de la cancha, aún con una calentura infernal por ese gol sorpresivo e inesperado, cuando el partido se moría y el local no sabía cómo.

Claro que ahora de poco servirá decir que Talleres sigue en zona de Copa Libertadores, que está cumpliendo holgado su objetivo, que está haciendo un torneo impresionante por donde se lo mire. Pero correrán las horas y la sensación de tristeza se transformará en una superior: será satisfacción.

“¡Enorme Talleres! Se plantó en la Bombonera de igual a igual, como un verdadero candidato al título. Le faltó brillo en ataque, pero no mereció perder y en la última se quedó sin nada. Otra vez, Guiñazú. Gran Quintana. Derrota que duele pero torneo inolvidable de la T de Kudelka”, escribió en Twitter Ariel Rodríguez, periodista de TyC Sports, dejando en claro cómo ven desde afuera al Matador.

Anoche, en La Boca, flameaba una bandera que decía una frase simple y directa: “Boca es Boca”. Los hinchas xeneizes que vieron ayer al equipo de barrio Jardín sabrán de ahora en más que otra vez “Talleres es Talleres”. Y hay que respetarlo.

Ahora quedó a nueve puntos (con 18 por jugarse) del Boca que sino ocurre nada raro será campeón. Talleres deberá esperar ahora para lograr un título. Pero con esta fórmula, seguro esa consagración no tardará en llegar.