Tranquilos. Tanto los más de 50 mil hinchas de Belgrano que estuvieron en el Kempes y los de Talleres, que no pudieron asistir, terminaron conformes con el 1-1.

¿Todos conformes? Los que estaban y los que no estaban. Los que vinieron, más de 50 mil hinchas de Belgrano que coparon el Kempes, con los aplausos finales pareciera que se fueron contentos.

Y también los que no vinieron. Los hinchas de Talleres que se quedaron en sus casas, mirando por tele o escuchando por radio sacaron la parte positiva de empatar en un gol un clásico como el que se jugó.

Mucha espera para volverse a cruzar en Primera División y, aunque siempre es más lindo haberlo ganado, por cómo se dio el partido, no terminaron disconformes ninguno de los dos.

En el primer tiempo pasó poco y nada. El aguante de afuera pareció hacerse carne en los jugadores de Belgrano que salieron a presionar a Talleres con el cuchillo entre los dientes desde el pitazo inicial.

Desde la tribuna bajaba el griterío cuando los jugadores vestidos de celeste cruzaban la mitad de la cancha o cuando recuperaban la pelota.

Del otro lado, los albiazules tenían que jugar con los nervios de la necesidad del rival. Y, por momentos, el intento de control se hizo lento y, a pesar de la velocidad de los extremos, nunca inquietaron a Acosta en la primera parte.

Pero lo mejor, para la hinchada que no estaba en el Kempes pasó en el segundo tiempo. Y pasó cuando todo Belgrano presionaba.

Los que sí estaban alentando en las tribunas y los que jugaban. A los 19, una corrida de Reynoso habilitó al veloz Palacios que vio a Menéndez que no dudó, en la primera que tenía y silenció a todo el estadio.

Después del gol de Talleres, los nervios parecieron adueñarse de la escena. Los albiazules estaban tranquilos, jugando con la desesperación de Belgrano y, cuando los de celeste de adentro y de afuera peor la estaban pasando, llegó el empate de Farré.

A los 32 del complemento, prácticamente, le volvió el alma al cuerpo a los hinchas. Y ¿por qué no? también a los jugadores que veían cómo el clásico se mudaba a barrio Jardín.

Y la ovación a Renzo Saravia, primero y luego, en el final, los aplausos para el equipo coronaron la tarde de ese público del Celeste que vino a que su equipo revierta su imagen pobre de este 2017 y, por lo menos en lo anímico y en algo de lo futbolístico, lo consiguió.

Y los hinchas que no estaban, esos que, vestidos de azul y blanco, alentaron desde sus casas mirando el partido por televisión o escuchándolo por radio, también quedaron conformes. Porque Talleres estuvo cerca de quedarse con el clásico y cerca de silenciar a un Kempes vestidos con los colores del rival. Al final, el empate le quedó bien a los dos.