Mantuvo el plan del DT Kudelka. Los cambios fueron estratégicos, asomó su poder de gol y la defensa creció.

Talleres salió por la forma. Un circuito de juego incompleto, jugadores clave rumbo a su plenitud y la falta de puntería habían situado al equipo de Frank Kudelka cerca de una cornisa futbolera, a poco de iniciar el campeonato. El plan, el de ser protagonista, no se iba a negociar. Pero era necesaria e imperiosa su evolución. Los cambios que propuso el DT solamente fueron estratégicos, al resto lo hicieron los jugadores.

La exposición fue mayor y el desafío del ida y vuelta con los rivales obligaba a una exigencia grande. Ambos actos futbolísticos, el de atacar y el de defenderse. Hacia arriba, las pausas debían ser pocas y la profundidad, mayor. Esa relación necesitaba de un administrador y el reto fue para Emanuel Reynoso. Que fuera tan talentoso y cerebral cuando arrancaba como ordenado a la hora de integrar el sistema de recuperación.

También necesitaba de los definidores: aparecieron en escena Jonathan Menéndez y Carlos Muñoz Rojas y se le ratificó la confianza a Sebastián Palacios ya que la referencia de área dejó de ser opción inicial mientras que la de ganar por las bandas para llegar tocando al área rival, la principal.

Lo que conservó siempre fue la capacidad de recuperación. Con Pablo Guiñazú (con funciones de DT adentro de la cancha) y Leonardo Gil (dedicado a marcar y no perdido cerca del área), Talleres podría sostener cualquier cambio de estrategia. Más atrás, también hubo una respuesta favorable y trascendente.

Defender a equipos con "rapiditos" como San Martín, Defensa y Vélez tenía su complejidad. Los resultados llegaron, pero la táctica se mantuvo. Lo más cómodo y práctico hubiera sido mantener el planteo de local y cambiarlo (ser menos agresivo), fuera de casa, pero se mantuvo las formas.

Llegaron los goles, Talleres supo administrar la ventaja (se puso en ventaja ante San Martín de San Juan, Defensa y Vélez y, luego, los aseguró con nuevas conversiones) y cerró su valla (el 1-3 del verdinegro fue el último gol que le hicieron a Guido Herrera hace 276 minutos). Hubo mo­mentos de “zozobra”, pero pocos en relación a los buenos.

¿Más? También supo ser un equipo con paciencia ante Patronato. Dispuso del campo y de la pelota, pero recién armó el circuito de juego en el complemento. No estuvo el lesionado Jonathan Menéndez, pero le bastó con el gol de Palacios.

Talleres estaba en Primera, pero debía demostrarlo.

La evolución fue posible porque el técnico volvió a contemplar tiempos y lugares para que cada jugador ofrezca lo mejor. Además, también pasó por momentos en los que no podía ­cumplir sus objetivos de juego al no disponer de jugadores clave (por lesión o por rendimientos) y los superó con las opciones que tenía.

Le pasó en el Federal A y en la B, pero en Primera División no iba a ser un trámite. Había pocos que tenían experiencia inmediata de Primera. Para ellos necesitó de la confianza de los jugadores (se mantuvo el “juega el que mejor está”) y de su convencimiento respectivo (Reynoso hizo jugar a Talleres). Ni más, ni menos.