Detrás del ídolo. Gonzalo Klusener, su golazo, el recuerdo a su suegra que falleció hace poco y la dedicatoria a su mamá, que se recupera de una enfermedad. Un 9 con aguante.

Cuando Gonzalo Klusener ve el cartel luminoso enfila para el costado. Le duele el cuerpo. Las piernas. Todo. Ya no queda nada del Clásico. Y nada va a cambiar lo hecho. El Pupi Salmerón, su reemplazo, lo espera para chocarle las manos. Antes que eso, Gonzalo había recibido una “gota” de Nery Leyes, una habilitación magistral que lo dejó mano a mano con el arquero. Como esas viejas fotos de El Gráfico, se los ve a los dos solos en el cuadro de la foto. Y entonces define cruzado ante la salida de Olave. Es un gol que es vida para Talleres. Que es felicidad plena en un domingo helado por el invierno. Después de todo eso, cuando Klusener sabe que su partido está terminado, tirita desde adentro hacia afuera. Porque se la ve venir. Y mira de costado a la Willington cuando va dejando el campo.

Y sí, se la ve venir. La olfatea. Y ahí cuando saluda a Salmerón se quiebra al pasar la línea blanca hacia el banco. “Olé, olé, olé... Kluseeee...Kluseeee”.

–“La puta, ¿sabés cómo me di cuenta ahí nomás que todo lo que había hecho sirvió para algo?”.

Gonzalo Klusener se enjugó los ojos y se secó las lágrimas. Se quebró otra vez. Y se fue llorisqueando. Se sentó mojado. Bañado en emoción y se puso un camperón encima. Pero, con la cabeza mirando al piso, volvió a llorar. Pero no sólo por el mejor momento del jugador. También lo hizo por el momento más difícil del hombre. Del otro Gonzalo. De un luchador. De un tipo que también tiene los mismos problemas que todos.

Por eso, a Gonzalo Klusener no sólo le duelen las piernas y le tiran los músculos. También le duele el alma. Y ahí, por dentro, también llora desde hace mucho tiempo.

“Me fui muy emocionado por la gente. Por lo que me cantó y por las cosas que pasan también”, dice el goleador a Día a Día. Las “cosas que pasan” son los otros golpes. La muerte de Cristina, la madre de Sabrina, el amor de su vida: “Yo, antes de los partidos, me sentaba en el banco antes del calentamiento. Y hablaba por teléfono con mi novia y con mi suegra”.

Hace un tiempito Cristina dijo basta. Peleó contra un cruel cáncer. Y se fue. Y, sabiendo que esos vacíos no se llenan más, a Klusener al menos se le llenaron los ojos desbordando recuerdos. Una mezcla del mejor momento del jugador (por el que peleó tanto) y del más duro en lo personal.

–¿Y se lo dedicás a tu mamá?
–¡Claro! Y a Cristina el recuerdo de siempre. Y sí, a mi mamá, Yiya, que también la está peleando.

La vieja, allá en Misiones, también lucha desde hace poco tiempo frente a una enfermedad. Pero va bien, con un fuerte tratamiento.

Detrás del ídolo hay una vida. Muchos viajes. Ir y volver. Hablar e indagar con médicos, en fin... pelearla como cualquiera.

“La vida ha sido así. Uno trata de sacar fuerzas de donde se puede. Uno siempre se manejó de la misma manera. Mi mamá está bien y le dedico todo esto. ¡Y ya estaba leyendo los diarios! ja, ja. A pesar de los golpes, de pelearla ahora, de esta situación uno se consuela sabiendo que hizo las cosas bien. Para un jugador de fútbol es un gran reconocimiento”, cierra Gonzalo.

El goleador de la T. El ídolo. Pero también el hijo, el hermano, el yerno, el novio. Sufrido. Y el gol del triunfo. Un gol que es vida. Y vaya que ayuda a pelearla.