La T ganó afuera. El Matador no brilló, pero aguantó y cumplió con sumar los tres puntos.

Se sabe, se ha dicho y repetido: éste es uno de los torneos más duros del fútbol argentino. Caer en el averno del Argentino A puede ser una de las peores maldiciones para un club que llegó a acariciar las nubes del éxito.

El hincha de Talleres conoce de estas ambivalencias. De caminar por la peor de las cornisas o de haber masticado un bocadito de dulzura irrepetible.

La realidad indica que todo es un hastío en barrio Jardín. Jugar en la tercera categoría debe ser un ejercicio de memoria persistente, la de salir de este lugar y no volver nunca más. Y pasa que para ello hay un largo camino, un trecho insoportable en el que hay que volver a demostrar que estos partidos son ni más ni menos que finales, de esas que obligan a morder el tramontina en la selva.

Ayer, en Mendoza, la T tuvo otra de esas pruebas de fuego que hacen al temple de los equipos, al momento en un torneo, a saberse “qué más” desde ahora. Y cumplió con esas máximas del fútbol, las de ganar tres puntos que al final pueden pesar aplastando en la balanza.

Deportivo Maipú, ese equipo que cayó en la malaria, aquel que supo meter un récord de 58 juegos sin caer en su casa y que ahora lleva 11 sin poder sumar de a tres, fue la medida en un reducto difícil, bien de Argentino A. Y la T zafó de la prueba, aprobó con lo justo y ratificó su regularidad de líder solitario, mandando en las alturas.

El triunfazo 1-0 con golazo de Agustín Díaz de tiro libre, le sirvió para juntar un poco más de ese coraje fuera de Córdoba. Y en la tierra de los cepajes, la analogía del “Vino Talleres”, puede ser mucho más que un buen trago de un jugo bordó en copa. “Vino Talleres”, fue eso de hacerse presente y decirse “acá estoy, ¿quién sigue?”. Y aunque haya sido un partido feíto, de pocas emociones o de escaso vuelo futbolístico, se contrapuso a eso de sumar y seguir. De jugar con el cuchillo en la mano, de salir a aguantar, a reventar la pelota, a sostenerse férreamente.

Gol y aguante. Por eso, el primer tiempo no tuvo muchas emociones. Pelea en el medio con el buen aporte y debut de Nery Leyes, templanza de un Gianunzio dispuesto a todo, garra de Martinelli y chispazos de Agustín Díaz. Con ello, paraditos bien atrás, con el ida y vuelta de Gabriel Ruiz devenido en volante por derecha y harto colaborador en las dos mitades, Sacripanti y Riaño encontraron los espacios de inquietud en el rival. No resultaba vistoso el cotejo. Gamba, Cámara o Parisi proponían del medio hacia adelante. Pero Rezzónico y Aballay se apoyaban con Ribonetto a las espaldas. Sacripanti se hamacó y buscó el enganche en la puerta del área, pero ahí mismo lo derribaron. Iban 26 minutos del PT y aquel que había vuelto a ser titular, después de tanto andado, postergado y sufrido, se animó a escribir el cuaderno de la fecha. Sin borronear, limpio, claro, preciso, Agustín Díaz acomodó y disparó ese directo. Pregúntenle a Martín Ríos qué se acuerda de ello. Porque el arquero no tuvo nada que hacer ante tamaña ejecución. El Tin se lo debía y también lo necesitaba. Y se lo hizo saber al DT, a sus compañeros y a los hinchas. Después de esa bomba, aguante.

Después de esa ventaja, el ST. Y también se acomodaron las cosas cambiando nombres, cambiando esquema con cuatro atrás y con la tranquilidad de que el arco de Crivelli nunca peligró. Talleres fue hacha y tiza, esfuerzo, sostenimiento de una idea al menos de sumar, de saberse que hay con qué, de que nadie es titular o que todos pueden serlo. Fuera de Córdoba también había que hacerlo. Por eso, a Mendoza, “Vino Talleres”, un trago para ver mejor, para sentirse que ser el capo del Grupo 2 no es ninguna casualidad.