Con 10 hombres, la T resolvió el juego ante la adversidad. Supo sobreponerse.

Se puede sumar más con menos. Se puede ser más grande frente a un achique. Se puede ser heroico en la derrota. Se puede ser siempre lo que uno quiera, a pesar de que haya alguien enfrente. Eso es el fútbol, el pasaporte a la búsqueda de algo diferente frente a lo ordinario. No muchas veces eso se concreta. Pero las decepciones dan ese crédito especial en la adversidad. Porque la adversidad es la madre de los fracasos, pero también es el refugio de los optimistas.

Siempre es un puntapié que pone de manifiesto, en una acción, la reacción que implica superarla. Y Talleres logró eso ayer, más allá de un triunfazo que lo puso en la punta de la Zona 2 del Argentino A.

El 3-1 sobre Alumni en el Chateau le dio más certezas anímicas que futbolísticas al equipo de Héctor Arzubialde. Pero no es cuestión de dejar a un costado lo conseguido en el campo. Porque Talleres coronó una gran victoria con argumentos superadores, pelota al pie.

La adversidad. No hizo pie en el campo. Se durmió en unas contras. Se aplacó en otras, y lo pagó. Claro, Alumni es un equipo que se degrada porque arranca con el ahínco del cero en su arco y luego se va desfigurando. Federico Crivelli había hecho algunos anticipos, pero a los 8 minutos del PT, Carlos Herrera clavó una bomba al ángulo del 1 de la T. Las espaldas de Ricardo Marín habían quedado tan desguarnecidas que en un mal retroceso del equipo, se pagó el 1-0 en contra. Nada había pasado hasta los 24 minutos. Talleres construía en base a la urgencia. No proyectaba más allá. Anívole se lesionó y allí fue Ramiro Pereyra. Con el 1-0 en contra, Rama se paró por la izquierda. La búsqueda comenzó a transparentarse. Si Fabio Pieters no aparece en el medio, Emiliano Gianunzio multiplica piernas. Y ya no solo eso, también sus “tiempos”.

Víctor Cejas fue un motorcito que reguló los 90 y, con eso, el medio tenía algunas soluciones a la vista. Sacripanti también, de buen pie, se asoció con Pereyra. La T comenzó a acomodarse y el peor momento llegó cuando a los 38, Adrián Aranda vio la roja por foul inexplicable al arquero rival.

Más con menos. Pereyra, entonces, se paró como enganche, Marín se sumó como volante y se armó línea de tres atrás. Así buscó la T que llegó por Pereyra. Foul al volante. Ejecución de Cejas, rebote del arquero y bomba de Ribonetto. El 1-1 reacomodó el estado de ánimo y, con Strada como única punta, Alumni administraba esfuerzos hacia atrás, dejando solitario al 9.

El rival de paró de contra en el complemento. Tuvo unos pocos embates, pero sus flaquezas eran tales, que Talleres vislumbró que podían reafirmarse. Para ello se necesitan tipos que jueguen. Y Pereyra juega. Es el que ve la siguiente jugada, el que tiene en la cabeza cómo seguir tras el primer paso. La muestra la dio a los cinco minutos del ST. Metió una gota para Sacripanti que picó por la izquierda. El delantero la aguantó y esperó su arremetida. Se la devolvió suave para su entrada y el 16 remató con latigazo abajo, un derechazo furibundo, de ensueño.

El 2-1 de la T caía como una cortina sobre el juego aunque faltaran 40 minutos. Marín, de floja tarde, dejó lugar al ingreso de Cosaro y, de allí, Arzubialde volvió a línea de 4 en el fondo. Strada lo tuvo a los 17, y en un par de ocasiones más, Crivelli respondió.Monay ingresó por Pieters para sumar piernas en el medio y, con la iluminada tarde de Pereyra, se hizo un poco más con menos. El 3-1 encontró la misma sociedad con Sacripanti. Desborde por la izquierda y otro latigazo, ahora al primer palo.

Talleres ya había hecho mucho más con uno menos. Será que los jugadores entendieron bien eso de que la adversidad es la madre de los fracasos, pero también puede ser el refugio de los optimistas.