Talleres venció por 2 a 0 a Crucero del Norte y quedó a un paso de clasificar. Giordano volvió a salvar al equipo de Rebottaro.

Como en “Juegos de seducción”, aquella canción que Soda Stereo inmortalizó en los ‘80, Talleres tuvo que ser llevado hasta el extremo para que le emergiera en la piel su costado más caliente.

Se dejó llevar en el primer tiempo al terreno que le convenía a Crucero, un equipo frío, lento y que ralentiza su juego con jugadores veteranos como Semino, Duré, Derlis Soto y Marczuck. No perdió la pelota, sino que nunca la tuvo, debido a que contaba en la cancha con jugadores mucho más aptos para atacar y progresar en el terreno que para defenderse y retroceder.

Fue el tiempo en que Cosaro y Galíndez perdían con Soto y Duré, que Palacio no encontraba su lugar en la cancha y que las espaldas de Blanco y Marín eran una permanente invitación a internarse en el área de Matías Giordano.

Y fue precisamente a partir de su arquero, que le tapó a los 41 minutos a Soto la pelota que pudo cambiar la historia del partido, y de la impericia de la visita para plasmar en la red lo que generaba, que Talleres pudo salir de su anemia.

Cuando a los 8 minutos del complemento, en una misma jugada, Giordano tapó dos disparos de gol a Romero y uno a Cabrera, y Talleres quedó en “el extremo” que cantaba Gustavo Ceratti, la efervescencia afloró en el epitelio albiazul, como una caricia oportuna que despierta la pasión.

La mina le pasó al lado, le guiñó un ojo y lo invitó. Y el tipo no se demoró: el agua de la pavita estaba caliente y no era cuestión de que el mate se enfriara.

Con el ingreso de Arce, Talleres había arrimado el bochín más seguido. Y desde sus pies arrancó una jugada “sucia” en el área amarilla, pero que Aranda “limpió” con una asistencia fenomenal para Ramiro Pereyra, quien definió contra el palo izquierdo de Gaona.

Gol y explosión en la piel. Había nacido la química y pasado el temor del beso. Faltaba lo mejor, que llegó con una jugada de exquisita elaboración asociada: contra de Navarro, ¡tac! para Pereyra, ¡tac! para Aranda y ¡tac! para Solferino, para que el goleador que hace banco y espera concretara el naufragio del Crucero.

Talleres arrancó mal el flirt y lo terminó muy bien, pero tuvo que llegar al límite y apoyarse en una cuota de fortuna para pasar al frente, como sucede en todo juego de seducción.