El 9 guapeó dos veces y remontó una derrota. Dos goles para el Bati, en una tarde inolvidable.

Retorcido como un fierro que cedió ante el herrumbre corroído del desgaste. Así estaba el Bati, transpirando todavía por las calorías de sus palabras. Le dolía hasta el pelo. Estaba agotado. Exhausto. De sonrisa leve pedía a gritos dos plazas y media de colchón esponjoso. “No doy más loco, estoy muerto. No sabés el cansancio que tengo”, contó apenas pasaba caminando el goleador. Por eso se le opacaba el brillo de su alegría. Adrián Aranda, el héroe de una tarde bélica. De pelotas con pólvora. De gargantas con dinamita. De corridas, trinchera en trinchera. Parecía que este Talleres debía escalar el Aconcagua con un hilo sisal. Los arneces de su juego apenas sostuvieron estoicamente tanto desgaste físico para coronar con una gloria merecida, aquellos laureles cosechados en los 90 minutos. Y Talleres ganó por dos goles del Bati, aquel centrodelantero que acostumbrado a la camiseta 7 (como la usa Sacripanti, se puso la 9) fue más Bati que nunca.

Estar ahí, en el lugar apropiado, en el minuto justo y al paso del balón no es fortuito para llevarse el trofeo de capo canionieri.

Aranda cantaba, Aranda andaba, Aranda pasaba, Aranda mataba. Talleres no tuvo que dar vuelta solo un partido, sino pelear y jugar contra los fantasmas de sus inseguridades, de las adversidades y de la falta de fe propia.

Si hasta estaba cantado que el Bati iba a parar al banco de suplentes. Pero bueno, la semana de Tito Rebottaro fue in crescendo hasta que trató de sumar reacciones en aquellos que aún no están tan convencidos de sus capacidades. Si Damián Solferino, que venía de anotar contra Crucero del Norte, parecía un titular confirmado.

Pero el entrenador no vio ese fortalecimiento en las últimas horas y se animó a hablar con el Bati.

Aranda sabe que no está ni ahí para los 90. Pero si las oportunidades llegan, es cuestión de ponerse la mochila y escalar.

Los mató bien muertos. Con el 1-0 a favor de Juventud Antoniana y con un segundo tiempo cuesta arriba, el 9 alcanzó el empate a los 27 del complemento. Y ahí se dio cuenta, ya con el desgaste que cargaba, que una más iba a tener.

“Nos debíamos un triunfo así. Fue fundamental también el apoyo de la gente durante todo el partido, pero creo que la levantada anímica fue muy importante y hay que dedicárselo a ellos para que lo disfruten también”, expresó a Día a Día el goleador de la tarde. La jugada fueron dos guapeadas al hilo. Primero Ramiro Pereyra que encaró por la media luna y se la cedió. Y luego el Bati que entró tambaleando a los manotazos y a la salida del arquero se la tocó por un costado. El 1-1 le daba a todos el plus necesario como para creer un poco más allá del empate.

“Por suerte el gol me llegó de la mejor manera. Se dio que marqué dos goles y el equipo pudo ganar. Las dos pelotas me quedaron atrás y la segunda también tiré un taco fueron muchos rebotes y lo mismo la pude empujar para el 2 a 1”, contó con escasos gestos.

El Bati estaba exhausto. A cada palabra pedía un tubo de oxígeno. Pero la semana había venido recargada por la derrota en Crucero (3-2) y porque las cosas no salían bien desde lo anímico. “Estas son cosas que se dan en los torneos. Por suerte lo ganamos y uno no quiere que pase lo que pasó, buscamos ser contundentes y hoy nos toca vivir esta situación. De a poco vamos a ir mejorando”, completó el Bati.

No daba más. Estaba muerto. Caminaba sonriente, como podía. Sabe que le falta, pero que con los triunfos vale la pena terminar con la lengua afuera. Fue una tarde de un tal Aranda. El Bati, aquel que llegó en silencio y que comienza a hablar a los gritos, a los gritos de gol. “Estoy todo contracturado, ja. Hacía mucho que no jugaba los 90 minutos, fue muy grande la tensión también porque nos encontramos en desventaja. Pero fue importantísimo”, concluyó. Y se fue con un triunfazo para la T. Porque Aranda cantaba, Aranda andaba, Aranda pasaba, Aranda mataba.