Si la voz del pueblo es la voz de Dios, como reza aquel conocido proverbio medieval, Roberto Saporiti deberá tomar debida nota de los reproches que, al final del partido, le llegaron desde lo que él llama "el pueblo albiazul".

Ayer Talleres se encontró muy rápido con el gol y también con la posibilidad de escribir los restantes capítulos de esta historia desde la óptica de los ganadores. Pero no se animó a justificar la ventaja desde el juego, se conformó muy pronto y lo pagó demasiado caro.

El veranito de la "T" duró hasta que la dupla Monay-Basualdo empezó a tener complicaciones para descifrar a Velárdez. Hasta entonces, el medio campo albiazul se las había ingeniado para complicar con Díaz sobre Ávalos y con Anívole contra Rivadero, mientras Moreira Aldana se mostraba como una amenaza concreta moviéndose por todo el frente de ataque. Pero cuando la pelota ya no fue patrimonio exclusivo del equipo de barrio Jardín, la cosa se complicó. En defensa, se vieron desacoples entre el "doble cinco" y el líbero Aballay, que terminaron disimulando las pifias de Sosa y las atajadas de Giordano. Y en ataque, la pelota ya no le llegó tan limpia a Díaz, el único que podía inventar algo allá arriba, ya que Arce, un volante de buen manejo, sigue condicionado por la obligación de jugar de delantero y casi de espaldas al arco rival.

Luego del descanso, y cuando ya era imperioso encontrar soluciones, Saporiti empezó a mover el equipo hacia atrás. Galarraga por Palacio, Céliz por Arce... ¡Baigorria por Díaz! Lejos de su discurso lírico, el DT apostó todo al aguante hasta armar un 4-5-1. El castigo llegó recién al final. Por la cabeza de Martos... y por las manos de Giordano.