Estaba en el palco. No aguantó y se fue corriendo a la popu. Carlos Ahumada vio todo el partido con la barra albiazul.

No había noción del tiempo, pero las agujas superaban las 5 de la tarde, apenas, en el este cordobés. El cielo amenazaba con lluvia de talco amarillento. Más que diáfano, el celeste corría su velo con una cortina amarronada, seca, molesta para los ojos y para abrir la boca. El polvillo recalcitrante le bajó el tono al sol desteñido por esa bruma virulenta.

Pero el calor tuvo que ver más con la gente que con la temperatura ambiente. “¡Te vas a cagar Talleres! Te vas al Argentino B, jaja!”, se escuchó desde el silencio de la platea. Qué calentura se comen los hinchas visitantes, entonces el calor les saca el coraje a vómitos. “Volveremos, volveremos…”, gritan los matadores. Están ahí los más de 500, en la cabecera sur, ninguneados por su destino, por su desgracia. Están cantando a morir, esos que metieron 200 kilómetros, con la tierra, el calor/frío impredecible de esos días previos al cambio de temporada.

“¡Borombombón, borombombón, es una cancha de metegol!” y ahí le contestan a esos irreverentes que llegaron de la capital mediterránea. “Sos pecho frío, seguí descendiendo. Talleres vas a recorrer el país”, se le ríen los plateístas del Verde.

No hay respeto, están a la misma altura y eso molesta, carcome y lastima el orgullo, la costumbre de ser de Primera, pero estar hoy en tercera. Eso le pasa al hincha de Talleres. El beber de su propio veneno, que vierte desde su conciencia lascerada. Pero el orgullo se abarrota una vez más en las gargantas áridas de calor, tierra y más gritos.

Brilla como un reciente corte de piel, ese que aún no ha cicatrizado. “Venimos de barrio Ameghino, papá, ponelo a eso en el diario”, contó José llevando del hombro a su hijo Miguel de nueve años. Y replicó: “Mirale la cara al pendejo, es mi hijo, este pibe lo va a ver a Talleres jugar en Primera. ¡Hoy estamos acá, pero no pasa nada!”, dice y se va.

“Che Talleres, hoy te vinimo a verrrr”, es el hit y ahí nomás: “Muchas veces fui preso…a Talleres lo llevo adentro del corazón”. En la platea corre la gaseosa light. Un hombre, gringo con cara de lechero, dispara: “Ah, qué odio que les tengo a estos tipos. Lo más lindo es que nosotros subimos y ellos bajaron, son unos payasos bárbaros, ja, ja”, dice el sanfrancisqueño de corazón y enfermo de Sportivo. “Qué lindo, mirá como cantan. Hace cuanto que estos muchachos no se paran en un tablón de madera, ¿ah? Qué hermosos, son muy tristes”, tira con su peor acidez Ricardo, de remera rosa piqué, sonriendo y mirando a los de azul y blanco que saltan y cantan.

Bravo, barra. Mientras todo eso está ocurriendo, mientras las cargadas van y vienen como trenes que nunca se chocan, vuelve el hombre a su escena. No se la banca ser segundón. Lo tratan con respeto y camaradería. Las sillas tapizadas, frente a las de plástico raso, son la señal del palco improvisado. Y llega Carlos Ahumada, requerido como siempre. “Pérame tantito, ¿sí?”, lanza mientras se ubica, apenas llegado a la ciudad y mientras se juega el preliminar. Y no es el señor Barriga que quiere cobrarle la renta. Es su micro mundo que requiere de respuestas porque siempre hay cosas por consultar. Está encerrado como un gorrión en esa cancha. No se encuentra el gerenciador. Ahumada se mimetiza con la gente y mira a la cabecera y lo hace permanentemente. Se ve hincha. No se banca el palco y a duras penas se queda viendo los juveniles. Cambia fajitas por chori. Chorrea esa grasa dorada por sus dedos, mientras Valencia lo mira mordiendo la mitad del clásico fast food futbolero. Y antes de que el plato fuerte comience, baja rumbo al baño. Ya están los equipos en la cancha. Arde la popular sur. Talleres suena a local, pero los dueños de casa increpan siempre. El cuate, como le dicen en su entorno, se escabulle. Llama a Valencia que también abandonó el palco. “Qué palco ni palco manito, esto es el Argentino A”, suena por el aire. Hay un tumulto poderoso que llama la atención en el medio de la hinchada, ahí mismo donde se ven los trapos de la Fiel. ¿Piñas? No, besos. ¿Forcejeos? No, abrazos. ¿Persecución? No, fotos. Ahumada y Valencia están con los trapos, cantando. “Ahí tá, ahí tá”, grita Ahumada en la popu. Es un avance de Talleres que se diluye. “Vamossss, ¡rompa!”, grita, mientras el defensa barre un avance del local.

“¡Muchachos, acá hay un periodista!”, grita con ojos saltones ante el testimonio de Día a Día. Luego afloja y ríe. Y está ahí, comentando el partido. “Sí, tienes razón. Falta toque. Pero tranquilo, faltan Monay, Lussenhoff, Salmerón, cálmate, ya verás”, replica Ahumada mientras los cánticos no paran.

–Carlos, ¿falta Salmerón?
–Sí, el jueves vamos a tener muy buenas noticias. Ponlo en el diario, que Salmerón va a jugar en Talleres. Pupi está muy inquieto, nervioso, pero hablé con él el viernes y todo saldrá bien. Nos falta el Pupi...

Allí interrumpe un hincha y se ilusiona. Pero Ahumada está dispuesto a seguir hablando de fútbol, mientras se pasa la mano como un peine por la cabeza. “Esto es bueno. No importa el resultado. Acá hay que tener en cuenta que ha sido bueno que todos tomemos conciencia de que Talleres está en esta categoría y tenemos que salir a flote. Están nerviosos los muchachos, nos faltan cuatro o cinco jugadores, Lussenhoff, Monay. Hay que tener paciencia, por más que estemos abusando de pelotazos”, finaliza.

Inmediatamente otro “¡Uhhhh!”. Lo abrazan otra vez. Nadie lo esperaba y llegó en silencio. Después llegaron los de la barra, todo bien.Todos querían alentar y por eso él mismo entendió que el lujo es vulgaridad. Ésta es la realidad y hay que remarla como uno más.Ahumada es un Amigo Fiel y tiene banca. Dio muestras de ello y de que hay que meter los pies en el barro, porque hay barro. Para el oro hay que ganar bastante, pero fue una tarde que el partido pasó a un cuarto intermedio. Y valió eso de mimetizarse con la más verídica realidad.

Una derrota para reajustar las piezas

Puede sonar a injusto si se le baja una persiana dura a la T. Pero, en el margen ínfimo que tiene de cara al arranque del torneo, está claro que al equipo le falta rodaje, después de una pretemporada irregular, con el arribo sobre los márgenes más chicos de los refuerzos.

Talleres perdió claramente ayer ante un Sportivo que no fue una máquina, pero que le ganó con justicia. Las sensaciones de peligro, que fueron más en el segundo tiempo que en la primera mitad, dieron un conteo favorable para el Verde. Tras un primer tiempo apático, de pocas situaciones, de muchos pelotazos y de algo de pierna fuerte, Talleres salió a recibir el único cachetazo apenas transcurridos algunos minutos, después de una pelota parada y un cruce sorpresivo de Gustavo Sosa, el central que definió abajo, lejos del arquero Requena. Saporiti, expulsado al regreso del complemento por un forcejeo con el juez de línea y la intervención policial, no tuvo variantes que le equilibraran el marcador aunque si el dominio de la pelota.

Sportivo es un equipo con rodaje y por eso se pueden destacar las tareas de marca de Basualdo en el medio, Ciucci tratando de ordenar atrás y el ingreso de Céliz para terminar de corregir algunas falencias en el fondo. Todo muy nuevito y la inexperiencia de un plantel que también tendrá que lidiar con arbitrajes, las picardías de los rivales y la presión que en el Argentino A se nota con creces.