Mucho más que un partido, el clásico es un sello de identidad cordobesa. Es un fenómeno que trasciende al fútbol y paraliza a Córdoba.

Nadie puede escapar a la tiranía de su alcance, salvo que se guarde en un termo durante varios días. El clásico Belgrano-Talleres es capaz de generar eso y más.

Es que el “bombardeo” del derbi cordobés, tarde o temprano, le llegará desde algún lado: en la web, en redes sociales, en el diario papel, una discusión de oficina, un zapping de televisión, al escuchar la radio, consultando el teléfono, o simplemente por el desaforado grito de gol de algún vecino apasionado.

Un Talleres-Belgrano marca el pulso de Córdoba y en ese contexto queda atrapado hasta quien muestra el más profundo desinterés. “El fútbol es popular porque la estupidez es popular”, decía el escritor Jorge Luis Borges, un acérrimo opositor de la pelota.

“Once jugadores contra otros 11 corriendo detrás de un cuero inflado no son especialmente hermosos. Que uno gane y otro pierda me parece esencialmente desagradable. Hay una idea de supremacía, de poder, que me parece horrible”, sostenía el literato en la previa al Mundial ‘78.

Pero intentar explicar o describir el fenómeno que provoca un clásico dispara un abanico de teorías de pensadores que, generalmente, nunca vivieron la adrenalina del hincha del fútbol. Y abordan desde lo racional una vivencia que es patrimonio exclusivo de la pasión. El clásico cordobés es un imán que arrastra cada vez más seguidores y que ha demostrado saber superar cualquier crisis deportiva, institucional o económica. Porque muy lejos está de ser una moda pasajera o una tendencia alcista de los últimos años.

El derbi entre Belgrano y Talleres jamás fue “un partido más”. No hace falta que haya un título y un ascenso en juego, como en aquella final de la B Nacional 1998, para “reventar” un escenario. Tampoco que se crucen en un duelo eliminatorio como el de la Copa Argentina 2013. Nada de eso. De hecho, existe un indicador por demás contundente: la mayor convocatoria registrada en un choque entre ambos se produjo ¡en un partido amistoso!

El 29 de julio de 2012, unos 52 mil hinchas coparon el Mario Kempes para ver una victoria del Pirata 1-0, en el que sólo estaba en juego un trofeo denominado “Amistad”. Es que la avidez por verlos frente a frente se había acumulado después de tres años sin cruzarse, debido al destino errático de los de barrio Jardín, que habían tocado fondo tras caer a la tercera categoría del fútbol nacional.

Fenómeno de estadio lleno

Este sábado, a las 16, se reencontrarán en el mejor escenario posible, la Primera División, pero atrapado por una disposición tan limitante como aberrante: la que impide la concurrencia de fanáticos de Talleres por la prohibición de acceso a los visitantes.

A pesar de semejante despropósito y del pobre presente de Belgrano, se espera nuevamente un marco multitudinario que invita a arriesgar una especulación lógica: cuando se permita el libre acceso de ambas hinchadas, el Kempes, con sus 57 mil localidades, quedará chico.

Porque si ambos son capaces de convocar 50 mil almas en partidos de este tipo, no es descabellado pensar que podrían llenar también escenarios como el Camp Nou (99.354), Wembley (90.000), el Azteca (87.000) o el Maracaná de Río de Janeiro (78.838).

Octavio Crivaro, un sociólogo rosarino que analizó la rivalidad entre Rosario Central y Newell’s, asegura que “el fútbol tiene una parte alienante y otra parte imprescindible”.

El profesional intenta sintetizar el sentir y el vivir del hincha: “Es alienante porque para cualquier laburante que sufre, por más que su equipo gane 6-0 un clásico, no dejará de percibir un sueldo magro para llegar a fin de mes. El otro aspecto es que ganar un clásico representa un momento de descarga emotiva y psicológica, un aspecto terapéutico en el que el hincha puede sentirse en ‘su’ momento”.

Belgrano y Talleres dividen buena parte de la sociedad cordobesa. Este sábado, desde las 16 y durante 90 minutos, el hincha volverá a ponerle una pausa al quehacer diario. Dejará todo de lado para estar pendiente de los vaivenes de una pelota, capaz de generar estados de ánimo cambiantes y opuestos según el color que identifique al receptor de un estímulo único e inigualable: el de palpitar un duelo con más de un siglo de antigüedad.