El comienzo de este siglo le deparaba momentos duros a Talleres, que tenía la costumbre de transfigurar totalmente a sus planteles. El club traía camiones llenos de jugadores para hacer la buena campaña que salvara la pobreza de la temporada anterior. Así, todos los años; así hasta que llegó la quiebra.

En esa vorágine que algunos aprovecharon para hacer grandes negocios, arribaron a barrio Jardín un par de futbolistas que despertaron el lógico escepticismo de sus hinchas.

Luego de una brillante carrera que empezó en Chacarita Juniors, el arquero Luis Alberto Islas llegó en 2002 a barrio Jardín con 37 años. ¿Vendrá a jugar o iniciará aquí sus trámites prejubilatorios?, ¿Mantendrá su espíritu competitivo o comenzará el periodo de relax que derivará en su próximo alejamiento de las canchas?, se preguntaron muchos.

Lo mismo ocurrió en 2004 con Mauricio "Chicho" Serna, uno de los autores materiales, sino el principal, de aquella gran, y a la vez curiosa campaña que desembocó en un descenso de categoría, cuando unos días antes aquel equipo de Juan José López luchaba por ganar el campeonato.

El "5" de Boca Juniors tenía 36 años cuando caminó por primera vez en la avenida Riccheri. Los mismos interrogantes aparecieron en la tribuna. Los prejuicios por la edad y las acostumbradas estafas a la ilusión de la gente los hacían posible.

No es necesario desafiar a la memoria para recordar las enormes actuaciones de Islas, sus gestas personales, su pose siempre desafiante, su predisposición juvenil que nada tenía que ver con su avanzada edad deportiva.

Tampoco hay que escarbar mucho para sacarlo del olvido a "Chicho", siempre ganador, peleador como el que más, gigante en su miniatura; de una garra y amor propio fuera de lo común, ganador con compromiso y esfuerzo de cada centavo que se llevó a su casa.

Hace unos días, José Mourinho dijo que dentro de cinco años (cuando tenga 34) todos lloraremos a Lionel Messi. Lo hizo para prever el inevitable ocaso de la mayor figura del fútbol mundial. Lo dijo para explicar por qué Michael Carrick, uno de los legendarios hombres del Manchester United, hoy de 35 y uno de sus dirigidos, ya no juega tantos minutos como antes.

Hoy en Talleres le toca a otro conducir el rebaño. Pablo Guiñazú tiene 38 años y una actitud y un rendimiento que le hace pito catalán (póngase el pulgar en la nariz y agite el resto de los dedos en son de burla) a la frase de Mourinho.

El volante central nacido en General Cabrera, labrado en esa pampa que todo lo produce con el sol en la espalda, lidera otra etapa de la institución.

Hace un año no llegó para salvarlo del descenso. No se sumó al club como una de las tantas apuestas de aquellos viejos y tristes tiempos idos. Tomó como suya la misión para que Talleres volviera a trascender como en sus mejores días.

Con 20 años de profesión (debutó en 1996 en Newell's Old Boys), "el Cholo" nunca dejó entrever que su llegada a la Boutique fuera para despedirse. O al menos para acomodarse en la poltrona desde la cual pudiera mirar la inexorable llegada del retiro.

Guiñazú tomó el testimonio que la historia de Talleres tiene reservada para sus elegidos. En cada metro demuestra su condición de líder. Es el que corre más y el que no recula cuando hay que tirarse al piso.

Ya cerca de sus cuatro décadas es "5" en soledad cuando otros "5" veinteañeros se valen de un sostén para no caer agotados.

Es dueño de una demarcación envidiable, que no concibe el toque sin el posterior desplazamiento urgente para recibir otra vez la pelota. "Toca y va", como dicen los técnicos. Ha superado el umbral que le permite a unos pocos lograr que en un campo de juego todo parezca más fácil.

Ya con el 2 a 0 consumado en Liniers, y siendo uno de los mejores jugadores de su equipo, lo embadurnó de elogios a Emanuel Reynoso, un pibe que sólo tenía un año de vida cuando el ya saltaba a la cancha en primera división.

Mourinho está equivocado, pero tiene tiempo de rectificarse. Si le dijeran que en Argentina todavía está jugando Pablo Guiñazú, no le daría tan corta vida futbolística a Lionel Messi.