Era posible, se veía venir el resbalón de alguno de los dos que empezara a acomodar al otro en el umbral del ascenso. Le sucedió a Defensores de Belgrano de Villa Ramallo en Catamarca, quizá por esa ley no escrita que juzga y sanciona con más severidad la inexperiencia de un equipo o de un jugador en los momentos decisivos de una competencia.

Eso benefició a Talleres, al como nunca pragmático Talleres, que hizo de su partido en Río Negro un “meta palo y a la bolsa”, una versión más restringida para generar juego, pero a la vez más práctica para cuidar su arco, defender un resultado y conseguir la victoria.

Ese rédito en el sur del país lo ha puesto por primera vez en la temporada ante su objetivo. Después de tanto nadar, para los albiazules la costa ya es algo visible. El ascenso está ahí, bien cerca, casi se puede tocar. El motivo de sus desvelos parece haberse materializado y está al alcance de su mano.

Esta semana tendrá como gran desafío no dejarse seducir por su brillo. La movilidad de un campeonato, además de provocar resultados, induce estados de ánimo. Distintas son las emociones según lo que cada uno ponga en juego. Talleres (desde su primer dirigente hasta el último hincha), a un paso de su anhelado logro, y aun en estado de reposo, se moverá con las pulsaciones aceleradas. No le será fácil.

El antecedente contra Cipolletti debe servirle para jugarle a Unión de Aconquija. El bendito equipo que desde el noroeste mandó la buena noticia dos días atrás pasará a ser el diablo por 90 minutos. Más allá del cambio forzado de Sosa por Raymonda, que insinuó restringir más su juego, Talleres lució concentrado y solidario, esforzado en todas sus líneas, avisado de la trascendencia de esos tres puntos que podían ser más según el desliz de los ramallenses.

¿El domingo jugará igual? La vez que pudieron, progresaron con mucho cuidado Chaves y Nelson Benítez. Sosa se pegó a Burgos y Ramis duplicó su esfuerzo por la derecha. Araujo hizo lo mismo por la izquierda; Francia, cada vez más involucrado y presente en los partidos, fue un buen abastecedor y Strahman anotó un gol y aportó sacrificio. No se oculta su dosis de suerte patagónica. Aventurar un resultado era una utopía un segundo antes de la mano-penal que aprovechó Strahman, y todo hubiera podido suceder después, si el árbitro, Carlos Córdoba, cobraba una mano de Olivera que dentro del área debía ser sancionada de la misma manera.

En semejante estado de gracia y de ansiedad llegará Talleres este domingo al estadio Mario Alberto Kempes. La realidad lo volverá a citar con los grandes acontecimientos, como tantas veces lo hizo en el mismo escenario pero con menos tribunas en su época de oro, en la mejor de su historia, en la que la oferta de sus futbolistas era consumida por paladares negros más allá de cualquier frontera.

Su mejor antídoto para el exitismo es la prevención, el cuidado de las formas y de los sueños. Todavía falta. Uno o dos puntos más que Defensores de Belgrano en la próxima fecha lo harán campeón, algo posible, pero sólo una alternativa entre otras que podrían trasladar la expectativa para la última fecha frente a Sol de América en Formosa.

El estado de hervor en el que se mueven sus aguas deberá ser atenuado con la máxima cautela. Innumerables casos de frustración colectiva en Córdoba han dejado oscuros precedentes. El triunfo en Río Negro tendría que ser tomado como un buen regalo de cumpleaños para una institución en pleno proceso de cambios, que por otra ley no escrita del fútbol, basada en el sentido común, necesita irremediablemente de una conquista deportiva para seguir avanzando. Por eso la prudencia, la mejor consejera en estos momentos. Ya habrá tiempo para festejos.