Se agarraban la cabeza en Talleres cuando La Bombonera se silenció por un momento cuando Juan Ignacio Sánchez Sotelo metió el gol para Defensa y Justicia. Es que en barrio Jardín ilusionó con un buen primer semestre, aunque después no estuvo a la altura. Sin embargo, el trampolín lo llevó a Primera División. Como el caso de Favio Álvarez, que se fue interrumpiendo su contrato, y de repente, en Florencio Varela. Como Nery Leyes, hoy indiscutido en el mediocampo del elenco de Darío Franco.

¿Por qué esa mala suerte con los refuerzos? Llama la atención aquellos futbolistas que pasaron sin pena ni gloria por el Argentino A y que de golpe, suben hasta dos categorías, sin demostrar mucho. Está claro que los representantes juegan un papel preponderante en la negociaciones, no obstante, sorprenden sus progresos después de una magra campaña en el albiazul.

Como Lautaro Formica, hoy en la B Nacional (Guaraní A. Franco), tras un paso sin muchas luces. O Patricio Rodríguez, en Jujuy, sólo para nombrar a los más recientes.

Pero la lista es casi infinita: Julio Mozzo en Ferro; Juan Avendaño en Unión; Guillermo Cosaro sigue en Primera, ahora en Godoy Cruz. Cierto es que Talleres representa una gran vidriera, como le pasó a Nelson Benítez (del Argentino A pasó a jugar una final de la Copa Libertadores), Gonzalo Klusener ahora en Quilmes y Cristian Pavón, en Boca Juniors.

Y con los DT este síndrome no es diferente: Rubén Forestello fue uno de los responsables del descenso de la B Nacional, a los seis meses llevó a San Martín de San Juan a la máxima elite. Está claro que no hay una receta clara y que con el diario del lunes es más fácil opinar, pero de todas formas, establecer un criterio en cuanto a los refuerzos no parece ser el fuerte de los encargados de armar el equipo en Talleres. O sí, pasa que no coincidieron los momentos de los jugadores, quizás.

Pero algunos casos, a esta altura, desconcierta.