La elección del 16 de noviembre próximo será un hito en la historia del Mundo Talleres. El saneamiento es una realidad porque el club tiene los fondos para cancelar su pasivo, aunque administrativamente deba esperarse hasta que el último acreedor perciba su crédito.

Pero esa referencia debe marcar un antes y un después, en todo sentido.

Para todos sus habitantes. Los de pantalón largo o bien los futuros administradores, que son los que deciden; los que están afuera y que también pueden estar adentro; los que deciden en la cancha, que no son otros que los de pantalón corto o los que visten el buzo de entrenadores y, por supuesto, su gente.

Los 10 años de quebranto deben servir para prevenir para que nunca más el club vuelva a sentirse cerca de la desaparición y protagonista de la más grande de sus paradojas. Como teniendo tanto, quedó vacío. Fundido. Fue la historia del club que con tantos recursos naturales, derivados de su gran concurrencia, de sus semilleros, de su vidriera y de dirigentes con capacidad, fue vaciado al punto de que después de recuperados (indemnizaciones del caso Pastore, devolución de derechos de TV del caso Petrone, venta de Pavón y aparición nominal y presencial de notables como la dupla Roggio-Srur más un fenómeno de boleterías en el Argentino A) por una administración judicial ( juez Saúl Silvestre, control de fideicomiso-Fondo) permitió la recuperación del club. El club debe ser un equipo y no un cúmulo de individualidades. Para que no haya 15 Talleres distintos. Fue un sueño alocado, una mesa de dinero, un refugio de irresponsables, de empleados que actuaron como presidentes, de empresarios, de DT y jugadores que cobraban en dólares.

La primera moraleja fue que el triunfo o el fracaso deportivo no significan hipotecar el club. La responsabilidad de los dirigentes; administrativos y deportivos y el control de los socios son materia pendiente.