El horario tempranero, en día laboral, equipo descendido, más las desprolijidades que ya nos tiene acostumbrados el Cosedepro (había anunciado a la mañana que el cotejo iba a ser sin acceso del público), el hincha de Talleres desafió las contingencias habituales y se acercó al Mario Kempes, en el duelo ante Huracán. Más de 10 mil valientes asistieron a un partido sin sentido ni ambición, porque la suerte ya estaba echada. Una muestra más de fidelidad de la gente, de los genuinos, ésos que no tienen privilegios y que pagan su entrada o carné religiosamente, y que lejos están de ir a “apretar” a los jugadores, más allá de algunos insultos aislados lógicos.

Cantaron sin parar. Frenaron cuando hubo xenofobia. Hicieron emocionar a los futbolistas, que lo reconocieron a la salida del vestuario. Y a pesar de que no se pudo ganar, se vio un Talleres con más concordia, dentro y fuera de la cancha.

Al término del primer tiempo se escuchó un intimidante: “Que se vayan todos, que no quede, ni uno solo”, pero fue tapada después con el “Y dale, dale, dale T...” del final. Sin reproches. Con lamentos, obvio, pero el apoyo y respaldo a ese grupo de pibes que salió a dar la cara en la hora más crítica. Aprobado para la gente.