El fútbol pudo con el calor. Cerca de 15 mil espectadores disfrutaron del juego, más allá de la alta temperatura que se hizo sentir en el Kempes.

Calor asesino, maldito, inaguantable. Parece que nada ni nadie hará que distraigamos la mirada del termómetro. Un ruego se multiplica para que los valores desciendan, de una vez. Pero el correr de las horas, el avance de la tarde y la llegada de la noche, sirven de prólogo para que el reloj sea ungido como el competidor del odiado termómetro que sigue sin bajar. El reloj, el que marca la hora del comienzo de un partido.

Juega Talleres, también Sportivo. Como hoy lo hará Belgrano, como el domingo ocurrirá con albirrojos y la propia “T”. El calor será vencido por la voluntad de miles que harán su propio camino para vivir la intransferible sensación de disfrutar de un partido. De gritar un gol, de ver dos pases seguidos, de ver un duelo, de asombrarse con la impronta de uno o de unos pocos. De eso que hace tan maravilloso al fútbol.

Los que fueron ayer, también se arriesgaban a ver un bodrio. Como suele suceder con los partidos de verano. Y esos, que ayer fueron como 15 mil, pudieron vivir algunas de esas sensaciones. De ver la velocidad de Carabajal y el empuje de Velasco; de la impronta de Álvarez y de la de Francia; de la puntería de Klusener. De disfrutar del juego. Tan sólo eso. Así gambetearon al calor.