Con su triunfo de anoche frente a Aldosivi 2 a 0, la “T” volvió a sumar de a tres luego de cuatro partidos sin ganar. Se lo dedicaron a Sialle.

Era imprescindible, necesaria, impostergable. La victoria, ese objeto del deseo que Talleres intentaba seducir con sus mejores artes y que sólo le permitía llegar hasta sus faldas. El triunfo, ese elixir que cura las heridas más profundas, al fin le dijo que sí y la “T” pudo pasar al frente.

Llegó anoche en una situación adversa, por la ausencia de Arnaldo Sialle y por los cuatro partidos que llevaba sin ganar. Y, además, en el escenario de sus mejores momentos, el Kempes, que anoche no albergó la multitud que unas horas antes había convocado Justin Bieber, pero la suficiente como para que el equipo sintiera, durante todo el partido frente a Aldosivi, el aliento de su gente.

Pero si al efecto reparador y sanador del triunfo se añade que Talleres lo hizo recuperando una cuota de fútbol bien jugado, con dos goles que pudieron ser más y con la actitud que había dejado guardada vaya a saber en qué cajón en la traumática derrota por 4 a 1 frente a Brown de Adrogué.

Tenía que regalarse y regalarle a su hinchada un triunfo en su casa. Pero también obsequiarle la victoria a Sialle, quien habrá estado escuchando

Sialle, la referencia. Pero habría que preguntarse por qué los hinchas albiazules no recordaron a “Cacho” en ninguno de sus cantos, teniendo en cuenta el duro trance que le está tocando atravesar por su operación en el tendón de Aquiles. Todo lo contrario de lo que hicieron sus jugadores, quienes ingresaron a la cancha con un trapo de aliento para el DT y que, al final del partido, le dedicaron el triunfo.

Le tocó a Héctor Chazarreta, su ayudante de campo, conducir desde el banco el acto de resurrección. Y lo hizo con parsimonia tucumana, con las manos tomadas bajo las espaldas y sin gestos grandilocuentes. Desde los sectores altos del estadio, no se lo vio hablar con su ayudante Víctor Heredia, salvo cuando ordenó el ingreso del Carabajal. La contracara fue su par del Tiburón, Darío Franco, quien no pierde su fea costumbre de gritarle excesivamente a sus jugadores, como acost umbraba cuando dirigía a Instituto.

Habrá que ver si las señales positivas que Talleres mostró ayer – ayudado también por la inexpresividad futbolística de su rival– le alcanzan para dar el salto de calidad que el equipo necesita y su hinchada reclama. El miércoles, cuando visite a Atlético Tucumán, será la oportunidad para demostrarlo.