No queda nada. Talleres es una vuelta a con los muchachos del barrio. Para no volver.

No me lo repitas más. Ya lo sabemos. Están todos. Ahí. Amontonados. No dan más. Qué locura. Cuanto tiempo sin que se sienta esto. Uf, ese corazón te explota. Las birras que corren. La entrada ahí, con candado en el bolsillo. No se consiguen más. La medalla, esta, como la del ‘98, te la volvés a colgar. Porque nadie puede entender cómo dejás de hacer todo. El laburo corre peligro cuando juega la T. El cole. Las cosas de la casa. Todo. Nada más. Todo es Talleres. Cómo no ponerse así, que a tu jermu le dé bronca que ni la mirás este día. Que viene con vos o no a la cancha. Bueh, problema de vos mamita. Que te importa más si juega o no con línea de cuatro atrás. Que le das un beso a Klusener en la foto y que a ella ni la mirás. Y bueno. Hacela simple. El equipo no se cambia más. Nunca. Hasta el jonca, bruji. Si no te gusta, es así el combo.

Y si ella no va a la cancha, sabe que los muchachos te frenan. Que metiste traba en las puertas del auto y que no paraste de dar vueltas hasta que te quedaste sin nafta. Que te chupaste más de la cuenta y que ni sabés a qué hora llegaste. Que acá lo que importa en el mundo, en el planeta es él, “Taiere”.

Y más ahora. Decile que se dé cuenta. Que si la cosa cambia, cambia todo. Después pagás la cuota, que la salida, que el shoping o que el fin de semana en las sierras. Pero hoy, no, estás ahí amontonadito con la banda, con todos aquellos. Y que si ella prefiere verlo por la tele, no importa, pero yo T avisé.

Porque vos vas por el abuelo que está en el cielo. Por el viejo que está al lado. Por el loco de la fábrica que se pego un palazo en el auto y que lo esperaste para ir a la cancha y nunca más llegó. Nadie puede entenderlo. Vos vas a la cancha por la T, pero por todos ellos. No hace falta más. SubiT, subiT de una vez.