Artura y Carabajal. Los talentosos pueden gravitar y conocen la forma. Sin embargo, no siempre saben cuándo y dónde. Ramos y Sialle los contemplarán en sus respectivos planes, pero esperan que ordenen sus condiciones, cada vez más.

Gabriel Carabajal gana el desafío. Le piden sensatez, pero tiene el arco en la mente. Su lugar parece ser detrás de Gonzalo Klusener. Sabe que él le va a limpiar el camino. El plan le sale bien. El “9” exige y obliga a un rechazo. Y eso es suficiente para activarlo. El pibe recibe la pelota y arranca en tercera para dejar atrás al que quiso aparearlo. Y cuando el arquero lo atoraba contra el primer palo, lo escondió con un botinazo alto. Hizo la diferencia y tapó la jugada anterior en la que el propio Klusener lo dejó solo con pelota dominada y su pisadita le dio tiempo al arquero para reaccionar. Igual en la secuencia del gol y en la película del 1-0 de Talleres a Central Córdoba, el pibe hizo la diferencia y hubo final feliz.

Jonathan Artura recibe sobre la izquierda. El entonces DT de Racing Marcelo Bonetto le insiste que vaya sobre el medio, pero él se va contra la banda. Desde ahí, Artura hace lo impensado. Le da a la redonda con la comba suficiente para que, ayudaba por el viento, la pelota sorprenda al arquero. Dio en el palo y no fue gol de milagro. Un ratito después, “Jony” pescó un rebote cerca del área, metió un sombrerito a Facundo Agustinoy, quien al quedar ridiculizado metió la mano y se fue expulsado. Un rato después, vino un córner en contra, un Artura ya desconcentrado dejó escapar a Marcos Navarro y el remate se convirtió el primero de los dos tantos con los que Central Córdoba venció a Racing. Igual, fue el más claro.

En tiempos en que Juan Manuel Ramos y Arnaldo Sialle, entrenadores respectivos de Racing y Talleres, empiezan a definir sus tácticas para el clásico. Hay un hecho que no los confunde: Carabajal y Artura tendrán su lugar siempre.

En un fútbol, en el que los jugadores corren más que la pelota y en los que el miedo escénico determina tácticas y sistemas inentendibles hasta para sus creadores, los distintos son las excepciones. Aquellos que pueden invertir las proporciones. Cuando un gesto de su fútbol cambia el marcador y el desarrollo del juego. Ellos deciden si será lento o se jugará con velocidad y precisión.

Sialle y Ramos saben que Carabajal y Artura son buenos jugadores, pero deben lidiar con un problema común: la determinación del lugar y del espacio donde van a gravitar.

El “drama”, por así decirlo, tiene su complejidad. Existe una adaptación del plan al jugador, cuando se le asigna una exclusiva función ofensiva como ahora hace Sialle con Carabajal. Pero también requiere que el propio jugador ordene sus condiciones. Que desarrolle una lectura de juego que le dé sentido al lugar que ocupa. Que conozca que en esa cancha que le arma el DT deben gravitar él y sus compañeros. Pero que también sepa cuál es la alternativa. Un plan B. Mientras tanto es factible que la discusión siga siendo si deben arrancar como volantes, delanteros o deben estar libres. El lugar lo determina la lectura del juego y el orden. No se pueda gravitar agachando la cabeza y apelando a mil gambetas, como tampoco relativizar la marca sobre la salida del fondo rival. La mejor pelota puede provenir de ahí.

Grandes cracks han pasado por esa etapa y la superaron. Carlos Bianchi le dio el orden a Tevez (“¿Qué es enganche? No. Es un gran goleador”, supo decir cuando lo sacó del equipo) en Boca. El propio Messi encontró orden para gravitar con Guardiola en el Barcelona, algo similar le ocurrió al Pastore de Ángel Cappa en Huracán, al Vázquez de Zielinski y su Belgrano, al pibe Dybala que era enganche y en la era Franco se convirtió en un gran delantero. Carabajal y Artura pueden gravitar. Conocen la forma, pero no siempre saben cuándo y dónde. Ahí están ahora.