Desastrosa derrota. El Albiazul fue artífice de su propia caída en una noche olvidable, decepcionante y que puso al hincha al borde de la locura.

El error de apropió de todos. Se adueñó por completo. El error fue. Matemáticamente Terror es T + error. Y que te hagan dos goles por dos errores lapidarios deja como consecuencia eso que los hinchas llaman en caliente “que se vayan todos”.

Todo ese esfuerzo hecho. Todo lo que uno se pregunta y que no encuentra. Todo lo que es alegría y se convierte de golpe en una tristeza. Todo lo que es día pasa a ser una negra noche. Todo lo que es amor se transforma en desamor. Todo eso que te pasa Talleres es un sufrimiento de no saber como cortar. No hay tijeras de las mas filosas que puedan cortar esto que te pasa. Esto que estas viviendo Talleres. Ni por esos grones que se vinieron volando de las sierras. De esos que clavaron a la familia en la casa de los parientes para llegarse a la cancha. Para ponerse la T enorme en el pecho y terminar en otro desquicio. Porque eso que da vueltas por la cabeza y que baja al corazón y que vuelve a subir para transformarse en un insulto, en un reproche, en un garrón ya no admite una explicación lógica. Cantar y cantar y no dejar de hacerlo no alcanza. Poner, correr, armar e intentar jugar tampoco será suficiente si a la primera de cambio un error de esos que se subrayan con fibrón rojo rompen la armonía conseguida y más si fue a duras penas.

Pero Talleres tiene la explicación concreta desde su juego. Que ha sido pobre, parco en un primer tiempo y esperanzador en un complemento. Pero que a la larga no le alcanza para que la ilusión sea una palabra común en el diccionario de barrio Jardín. Porque estos errores o terrores son el ingrediente suficiente para arruinar cualquier comida.

Con dos no alcanza... Si hay una buena nueva con la llegada de Nicolás Ballestero, que asoma en erigirse como un señor jugador; si hay otra buena más con la saludable personalidad de Juan Pablo Rezzónico que se calzó la cinta de capitán y que demostró saber llevar entallada la camiseta y que fueron dos de las mejores muestras del equipo, hasta aquí llegó el amor. Sumarle esa buena nueva del pibito Carabajal que tiene cosas lindas cuando lleva la pelota, pero que aún le falta serenarse. Entonces, si este Talleres asoma con cosas interesantes, espontáneamente saludables, tiene como contrapartida eso que los errores le terminan pasando factura. Cada equívoco es una ola que derriba el castillo de arena. Ese que tanto le demoró en construir vasito a vasito, pasito a pasito. Bueno, serán que esos castillos endebles son los que a veces hacen dudar a todos. Porque todo se ha hecho bien en la previa. La pretemporada. Los pagos. El orden institucional. La grosa convocatoria de gente...

Pero a la hora de la función, las bambalinas le alteran el ecosistema propio y termina siendo el shock de un ataque de pánico que lo convierte en preso de sus propios groserías y más bien de sus propios miedos.

Si bien la expulsión de Walter Ledesma a la T le trastocó los planes, al técnico que se vio obligado a bajar a la zaga a Ballestero su constructor, no tuvo ideas en Erroz y la tibieza de Pereyra en los tres cuartos, mas las peleas esporádicas de Carabajal y de Romat por las bandas, sumaron apenas un halo de inconsistencia creativa. Sáez y Riaño tuvieron que arreglárselas solos y por eso el 9 debió retroceder a buscar y buscar.

No tuvo nada de eso que se esperaba en la puesta en escena. Los errores defensivos a la T le crecen como los helechos en los ríos. No hay con qué darle a veces. La desventaja con la que se encontró en el PT terminó desconsolándolo por completo en el segundo tiempo.

Los libretos son sabidos. Que los defensores defiendan, que los volantes armen, que los delanteros definan. Los ensayos eran largos y con alguna armonía. Pero a la hora de los bifes, en plena función, decepcionó una vez más. “Damos asco, nos faltan huevos”, fue la frase elocuente de Juampa Rezzónico a Radio Sucesos. “No podemos cometer estos errores infantiles”, completó Nicolás Ballestero.

Si el empate le costó y le costó tanto en esa primera parte, volvió a ser el repetidor exclusivo de esas fallas con una desventaja 2-1 de Laffatigue que enloqueció a la gente por un error de Romat que lo dejó en soledad.

Y volvió a pasar cuando se remontaba otra vez el tsunami y ahí cuando era pico y pala, Cháves se aprovechó de otra grosería entre Pomba y Etulain. Obras maestras del (T)error que terminaron en la nada misma.