Talleres chocó con la realidad en el Pentagonal. El dulce paso por el Clausura, con clasificación anticipada incluida, parece que confundió a más de uno en barrio Jardín. La camiseta y su enorme historia nada pesaron en los rivales de la etapa final; y Estudiantes, Santamarina y Huracán lo devolvieron de un cachetazo a la dura realidad. Una realidad de lucha de poderes, de mezquindades y orgullo que poco ayudaron y mucho perjudicaron a Talleres en los últimos años y que lo llevaron a una categoría que lejos está de emparentarse con su grandeza.

Es la hora de pensar en Talleres. El primero es el juez Saúl Silvestre, quien tiene que dejar de lado el piloto automático que le puso a la institución desde que reemplazó al destituído Carlos Tale, y definir rápido y con certeza cómo sigue el rumbo de la “T”. Siguiendo por los fideicomisarios, la Fundación, los “Notables” y todos los que se llenan la boca hablando y defendiendo a Talleres, pero que poco hicieron y hacen para devolverlo a las mejores categorías del fútbol nacional. Porque Talleres y su peso no resisten otra temporada más de fracaso en el semiamateur Torneo Argentino “A”. Lo mejor sigue siendo la fidelidad de su público. Sus seguidores no entienden de peleas políticas e internas, pero su pasión no tiene límites y lo demostraron llevando su aliento a cualquiera de las canchas que visitó el equipo en este complicado certamen. Quizá sea el espejo en que tienen que mirarse todos los encargados de reconstruir al club de barrio Jardín.