Con 9 hombres, Talleres logró empatarle a un Racing que vio cómo se le fue el triunfo en el último minuto. Hubo fiesta y trompadas.

La batalla de la T no es esto. La batalla de la T empezó hace mucho cuando la vergüenza le ganó el alma. Cuando la tristeza le invadió el cuerpo. Cuando el techo se le caía encima. La batalla de la T empezó hace mucho. Porque las piñas de ayer pueden confundir. Esa pelea contra el destino arrancó en el invierno pasado. Allí, el descenso era la habitación más fría para dormir entre sollozos. Y es este Torneo Argentino el que le hace abrir los ojos para descubrir dónde está escondida esa pandemia institucional.

La enfermedad de este Talleres aún no ganó a la ilusión del hincha. Esos 25 mil que ayer estuvieron en el Chateau pudieron festejar un empate de ribetes heroicos. Y sí, alguno dirá que lo tenés así de grande. Otros recurrirán a la mística de los colores. Otros descansarán en la obligación que hoy les compete a estos 11 de azul y blanco que salen a jugar mucho más allá de lo que implica un choque ante Racing.

Y a esta Academia hay que darle la derecha. Porque es un equipo que si se da cuenta que puede creer en su capacidad, sólo por convicción, podría estar peleándole arriba al mismísimo Talleres. Pero la moral golpea en los hombres de Tempesta que ayer vieron como el sorbo de agua para paliar su sed hasta el próximo partido, se le escurría por los dedos abiertos, que se mantuvieron férreos por más de 90 y pico de minutos, pero que pagaron tributo a la contundencia de un Talleres que ayer al menos tuvo un gol. Y esos valores de heroicidad engrandecen más aún las falencias propias. Porque el equipo de Rebottaro mostró que sin Sebastián Navarro tiene muchos padecimientos en su línea media. Que eso hace que Monay se quede escuálido. Que eso hace que Pereyra reciba menos la pelota o que tenga que retroceder demasiado para buscarla. Y ahí, el trecho hacia arriba es como subir una escalera al 10º piso. La batalla, esa pelea, contra todo, contra lo que se interponga tuvo ayer en la T al encuentro de un capítulo más que le sirve para su contención anímica y el sostenimiento de la punta. Pero que su fútbol se ha visto derruido tras la espectacular victoria en Sunchales ante Unión (3-1) y que el Albiceleste, tras caer de boca por su derrota (4-3 ante Libertad), tenía la chance de inflar el corazón, otra vez maltrecho.

Pero bueno, ésto es el fútbol. El deporte que parece jugarse por momentos en un coliseo. Mucho más en este bendito Argentino A, un certamen salpicado del amateurismo pueblerino que tiene a dos subcampeones del fútbol grande, deambulando con sus penas a cuestas, tratando de soplarse las cenizas del cuerpo para volver a levantarse. Pero el fútbol es fútbol en todos lados. Y a los partidos hay que jugarlos y ganarlos, a veces a costa de cualquier miseria.

La impotencia fue la postal de un Racing que lo tuvo todo y que hizo pellizcar a su propia gente porque le quemaba las papas al Matador. En la T, ese gigante dormido, se despertó de a ratos. Y su gente selló, con el correr del epílogo, la renovación del canto y del amor a los colores. Mirá vos que el Bati Aranda casi no la había tocado. Que a Sacripanti los centros le salían centritos o las escaladas se truncaban con facilidad. Que Lussenhoff salía disparado con resortes en los tacos sin llegar a dónde meter esa pelota. Y que las variantes de este Racing se cimentaban en los firuletes excesivos de Artura en la segunda parte. Jonathan fue casi inteligente del todo. Porque generó la expulsión de Buffarini (lo mató de un patadón), pero que con sus cualidades técnicas dejó tapar la simplicidad y la frialdad que se necesita para liquidar estos pleitos.

Y fue por eso que el hincha de la T se cantaba todo al final, soñando con eso de que capaz que tenía una más, pero aceptando que la derrota estaba casi consumada. Pero Talleres sí, tuvo una más. Y allá fue el cruce de centros, con un Solferino que metió un tac devolviendo la pelota al medio del área chica, allí donde andaba Aranda. Y el 1-1 fue un estruendo. Porque la batalla cruzó gastes entre los jugadores. Y las piñas posteriores fueron y vinieron en un ramillete que se acabó rápido entre la calentura de los de Racing y el gaste de los de la T. En la Norte algunos se sentían en la Champions y a la Academia los naipes le llovían desde el cielo, viendo como se desmoronaba el castillo construido, ya endeble. La vergüenza tiene esas cosas que hace que los hombres reúnan el coraje para creer que todo es posible a pesar de la adversidad.

Y esa fue la síntesis de un Talleres de sonrisas vergonzantes. Pero con el sabor de haber ganado esa tremenda batalla al final. Aunque todos saben que la batalla empezó hace mucho tiempo atrás.