Con dos goles, Aranda le dio a la "T" un triunfazo ante Juventud Antoniana, que ganaba 1 a 0. Se fueron expulsados Ermini y Buffarini. El visitante erró un penal y ahí cambió el partido. Rebottaro remarcó que "falta más confianza". Mirá los goles.

Hay partidos en los que sólo una jugada puede señalar el límite entre el cielo y el infierno, entre la diatriba descalificadora y el elogio desmesurado.

Cuando Eric Chmil, a los 22 minutos del complemento, hizo rebotar en el travesaño su penal, le permitió revivir a Talleres, que perdía 1 a 0 y casi no tenía pulsaciones.

El equipo de Rebottaro venía de tener la pelota, la iniciativa, la decisión de ganar el partido y hasta se animaba a generar algo de fútbol, pero, otra vez, un grosero error defensivo compartido entre Cosaro, Blanco y Giordano, hizo que Rinaudo, a los 27 minutos del primer tiempo, le diera una ventaja sorpresiva e inesperada a Antoniana.

Talleres estaba presto al cachetazo, pero esa circunstancia fortuita despertó en la “T” una reacción anímica conmovedora y engendrada desde el corazón, ese órgano vital que en el fútbol suele ser tan importante como la pierna que impulsa una pelota al gol.

Otro equipo. A favor de ese ímpetu irrumpió otro equipo, que sobreponiéndose a la presión y la ansiedad de empatar como fuera, descubrió que aún en las difíciles es la intención de jugar la que lleva a conseguir epopeyas deportivas.

Los dos estaban con 10 jugadores por las expulsiones de Ermini y Buffarini, pero fue Talleres el que lo sentía más porque el volante derecho, hasta que se hizo echar por una protesta infructuosa, era la salida más clara del equipo.

El DT albiazul, Andrés Rebottaro, tomó una decisión de riesgo: hizo ingresar a Solferino y a Pereyra, con lo que Talleres quedó con cuatro delanteros y pasó a defenderse sólo con Céliz y Marín.

Tres para triunfar. Con el corazón en la mano, a partir de la gestación de juego del pibe Navarro en el medio, la entrega de Monay para recuperar y cargarse el equipo en la espalda, y la decisión de Aranda de plantarse en el área de Aguiar, Talleres fue hasta encontrar lo que salió a buscar con fiereza.

Primero el empate, a los 27 minutos, tras una gran corrida y posterior centro de Pereyra, que “el Bati” mandó a la red tras guapear y llevarse el mundo por delante.

Y después a los 45, cuando el partido se moría y Aranda, esta vez entre un montón de piernas y luego de intentar un taco, metió la suya y desató la explosión final.

A partir de una jugada fortuita, en Talleres afloró el amor propio, la personalidad, la determinación y hasta algo de juego, una mezcla que pese a sus reiterados errores defensivos, hoy le permite ser el puntero de la Zona B.