El jugador es la imagen de un nuevo Talleres. El 10 es la base ofensiva de un equipo que transita el duro camino de ascender a la B Nacional. Sueña y juega.

El vestuario está lleno de vapor. Todos saltan y cantan. Periodistas con micrófonos empapados, todos con pantalón corto y torso desnudo. Pelos mojados. Agustín Díaz está llorando, como un chico y agradece...

De golpe se sienta en la cama. Transpira. Mira el reloj que marca las cinco de la mañana. Quedan unas horas para seguir durmiendo antes del entrenamiento. Es el Agustín Díaz real, el que acaba de soñar que Talleres ascendía a la B Nacional. No es descabellado pensarlo hoy. Acaso, la única obligación del club de barrio Jardín es entendida y comprendida por uno de los nuevos valores de un equipo que absorbió tamaña responsabilidad.

El sábado le sonríe a Agustín. Figura de un equipo ganador, descansa tras la gran victoria del Matador sobre Central Córdoba de Santiago del Estero por 3-1.

Suena un silbato, murmullos, gritos. Es lo que se escucha desde el teléfono. “Estoy viendo jugar a mi hermano (Germán de 17, que no juega profesionalmente) en un torneo de fútbol cinco acá en Carlos Paz (su lugar de origen)”, le cuenta a Día a Día. Es la jornada post partido, de tarde calurosa, de sonrisas, de esas que hacía mucho tiempo no se vivían en barrio Jardín. “¿Cómo fue vivir en Talleres en este último tiempo? Fue vivir en incertidumbre porque no sabés qué va a pasar al otro día.. Yo me levantaba al otro día y podía pasar cualquier cosa. Ojalá que se pueda seguir así. Los de la Fundación lo plantearon desde el principio, los que habían llegado (como refuerzos) tenían más intranquilidad y se hizo un esfuerzo para que podamos sentirnos mas cómodos y tranquilos”, agrega.

Su oportunidad. Agustín Díaz transita sus 21 años de edad. Jugó en Atlético Carlos Paz y llegó hace unos años a la T. Debutó de la mano de Roberto Oste y después tuvo oportunidades esporádicas que le dieron Ricardo Gareca y Roberto Saporiti (en su etapa anterior), pero jamás gozó de la continuidad de la que hoy puede sentir que disfruta.

“No llegué a pensar dejar el fútbol, pero se me cruzaron momentos en que me preguntaba seriamente qué iba a pasar conmigo. Ya se me habían cruzado algunas posibilidades para irme de Talleres, algo que no quería, pero si no me quedaba otra, tenía que pasar. Qué bueno fue quedarse y, por suerte, las cosas me han salido. Tiré mi última ficha, que era mi sueño de jugar acá, y me salió bien. Me encantaría ascender con Talleres y si llegamos a la B Nacional me gustaría lograr mucho más que eso”, reafirma.

El grupo de jugadores pasan casi todos por la misma situación. Son jugadores, en su mayoría, que han gozado poco de las mieles de alguna alegría grande. Casi todos son jóvenes, con sueños y con la posibilidad de reafirmarse como equipo y como un grupo por encima de los intereses individuales.

“Es un grupo bastante humilde. Somos muchos más del club. Pero los que vinieron son muy buenos pibes. Todos han ayudado para convivir más, para estar más en contacto. Se nota que en este equipo nadie se quiere salvar solo”, completa.

Ya pasó el sábado, el día después de un triunfazo. Una victoria que realmente era más que necesaria para un Talleres ávido de una alegría. Llegará el momento de pensar otra vez en lo que se viene, en justificar el buen juego en los números de la tabla. En reconstruir un club percudido por la malaria. Pero, también, ese que invita a apoyar la cabeza en la almohada para seguir soñando.