Talleres perdía 1-4 y su hinchada provocó la suspensión para evitar el festejo tucumano.

A esta altura de los acontecimientos, lo único que le faltaba a Talleres es que viniera algún equipo a darle la vuelta olímpica en la cara. "No la dan, no la dan, la vuelta no la dan", avisó la hinchada albiazul apenas Atlético Tucumán, el puntero de la B Nacional, dio vuelta el marcador a los 2 minutos del segundo tiempo y empezó a convertir en utopía aquella ilusión que había renacido, en los albores del encuentro, con el tanto de Emmanuel Fernandes Francou.

"Por favor, un poco de tranquilidad", reclamó el locutor oficial más tarde, a los 22 minutos, cuando hielos, pilas y celulares, transformados en proyectiles por la impotencia de algunos, le picaron muy cerca al árbitro asistente Gustavo Lechner. En ese momento, entre el referí Jorge Baliño y el comisario Hugo Ceballos, jefe del operativo policial, acordaron un paréntesis. Tras algunas deliberaciones el partido siguió. Pero cuando la dolorosa derrota se transformó en humillante goleada, la Policía avanzó con sus hombres hacia el rectángulo de juego. Entonces, el final anticipado se tornó inexorable.

"El partido fue suspendido a los 32 minutos del segundo tiempo, por falta de garantías", confirmó Baliño antes de retirarse de la Boutique de barrio Jardín.

"El jefe del operativo no me dio las garantías para continuar, por rotura de tejido y posible invasión de la parcialidad local. Eso es lo que dirá mi informe; después, decidirá el Tribunal de Disciplina de la AFA", añadió.

A su turno, el comisario Ceballos justificó el accionar policial, que dispuso el ingreso de un centenar de uniformados, incluidos perros y bomberos. "Lo más grave era la acción de la gente que hacía boquetes en el alambrado y que eventualmente podía ingresar al campo de juego. Por eso, en forma preventiva y para garantizar la seguridad de jugadores, árbitros y otras personas, se tomó la decisión de que los grupos de choque trataran de evitar la invasión", detalló el policía.

Silencio e impotencia. A pesar de que los bomberos apuntaron sus "cañones" hacia la barrabrava albiazul –"Antes de golpear o disparar balas de goma preferimos trabajar con agua, que es una forma más disuasiva", explicó Ceballos– no hubo reacción contra las fuerzas de seguridad y tampoco daños materiales. Sólo algunas escaramuzas entre los miembros de la barra afín al gerenciador Carlos Ahumada y varios cánticos de reproche (con Luis Salmerón como blanco predilecto) sobresalieron en un éxodo que semejó demasiado a una marcha de silencio. La Policía reportó 30 detenidos, todos por ebriedad.