En el comienzo de la segunda rueda del campeonato, Talleres no tuvo innovaciones positivas y, además, no pudo explotar del todo las virtudes que mostró en el semestre anterior.

Las dudas. Talleres nunca pareció estar cómodo en la última línea, ni para marcar ni para jugar. Battauz abusó del pelotazo en la salida, Quiroga no pudo cumplir en retroceder ni aprovechar su capacidad de desborde. Hubo numerosas fallas en el juego aéreo, no sólo por el gol de Gigli de cabeza, sino por las repetidas veces que Cajaravilla ganó por arriba.

El desacople. En el primer tiempo, la "T" penó por los costados porque Velázquez superaba a Martín Cabrera y porque Roselli llegaba muy libre para encarar a Quiroga. Y cuando en Aldosivi ingresó Ramúa, Lussenhoff empezó a tener problemas en la contención. En el medio se notó la diferencia de velocidad a favor del local. Además, Zermattén estuvo increíblemente impreciso y Wilchez tuvo apariciones discontinuas.

Firmeza. La solvencia de Valentín Brasca mantuvo en juego a Talleres. Sacó varias pelotas difíciles.

Mejoría. Cuando el partido estaba 0-2, Juan Amador Sánchez decidió hacerle marca personal al hábil Ramúa y para eso mandó a Battauz. Además, Lussenhoff pasó a la defensa, donde es mucho más útil. Fue un acierto del DT. Con poco, la "T" reaccionó y estuvo cerca de lograr el empate.

Presencia. Luis Salmerón culminó con efectividad una de las pocas jugadas elaboradas de Talleres: pase profundo de Lussenhoff, desborde de Wilchez, remate de Cabrera y gol de "Pupi", que tomó un rebote. Sobre el final, Pablo Campodónico le sacó dos cabezazos que le podrían haber dado un premio exagerado a la "T".